Era comprensible que Pablo Casado recibiera en Génova a José Mª Aznar, que llevaba dos años y medio sin pisarla y a Antonio Hernández Mancha. No sé qué podía aportar Hernández Mancha, tan buen hombre de negocios como desastre político, pero lo de Aznar estaba claro: Todo proceso de primarias deja tras de sí heridas que conviene restañar y Casado necesitaba hacer visible el tiempo nuevo incorporando a su estrategia a un hombre difícil, probablemente el mejor presidente del Gobierno y con toda seguridad el peor expresidente que hemos tenido.