
La idea de que Estados Unidos se está convirtiendo en una oligarquía ya no se limita al debate académico o a la especulación distópica.
A medida que Donald Trump comienza su segundo mandato, crecen las preocupaciones sobre una oligarquía estadounidense.
Esto se debe principalmente al aumento de la desigualdad de riqueza, la desregulación y la consolidación del poder entre un grupo selecto de individuos ultra ricos.
En su discurso de despedida, Joe Biden advirtió sobre los peligros de que unos pocos privilegiados controlen vastos recursos económicos y políticos, una advertencia que resonó en muchos sectores del espectro político.
Esto plantea la cuestión de si Estados Unidos se está convirtiendo realmente en una oligarquía o si esta preocupación está exagerada.
¿Qué es una oligarquía? Aplicando la definición a los Estados Unidos
El término “oligarquía” se origina en la Antigua Grecia, donde Aristóteles lo describió como un sistema en el que los ricos gobiernan en virtud de su riqueza.
Ejemplos modernos, como Rusia y Hungría, muestran estructuras oligárquicas en las que las élites empresariales dan forma directamente a las políticas gubernamentales, a menudo a través de la corrupción o la coacción.
En Estados Unidos, la situación es más compleja. A diferencia de Rusia, donde los oligarcas controlan vastas extensiones de la economía con respaldo político directo, los multimillonarios estadounidenses no gobiernan oficialmente.
Sin embargo, ejercen una enorme influencia a través del cabildeo, las donaciones de campaña y el control de industrias clave como las finanzas, la tecnología y los medios de comunicación.
Este sistema, como lo describe el politólogo Jeffrey Winters, es una “oligarquía civil”, en la que los ricos utilizan su poder financiero para dar forma a las reglas en lugar de gobernar directamente.
En esencia, una oligarquía se define por el poder económico que se traduce en control político. Estados Unidos exhibe muchos de estos rasgos, desde campañas políticas financiadas por multimillonarios hasta la desregulación de industrias que benefician a la élite.
Si bien las elecciones todavía se celebran, la realidad es que la riqueza dicta cada vez más los resultados de las políticas, colocando al país en una posición precaria entre la democracia y el gobierno oligárquico.
El papel de la desigualdad de riqueza en el cambio de poder
Uno de los marcadores clave de la oligarquía es la extrema desigualdad de riqueza y en Estados Unidos las cifras son asombrosas.
El 1% más rico de los estadounidenses controla casi el 30% de la riqueza de la nación, mientras que el 50% más pobre posee solo el 2,5%.
Esta brecha es más amplia que en cualquier otro momento de la historia moderna de Estados Unidos y refleja niveles vistos en sociedades feudales en lugar de democráticas.
Esta concentración de riqueza otorga un poder inmenso a un pequeño grupo de individuos que pueden influir en las elecciones, dar forma a las políticas y, en algunos casos, dictar las agendas gubernamentales.
El fallo de Citizens United, que permite gastos ilimitados de empresas e individuos en campañas políticas, solo ha empeorado las cosas.
¿El resultado? Un sistema en el que la política pública a menudo refleja los intereses de los ultra ricos en lugar de la mayoría de los ciudadanos.
Se espera que esta división se amplíe aún más bajo la segunda administración de Trump.
Sus políticas económicas priorizan la desregulación, los recortes de impuestos para los ricos y las políticas comerciales proteccionistas, todas las cuales benefician a las élites multimillonarias a expensas de las clases media y trabajadora.
La cuestión ya no es si la riqueza influye en la política, sino hasta qué punto puede funcionar la democracia cuando el poder financiero está tan desproporcionadamente distribuido.
Cómo la segunda administración de Trump encarna la política oligárquica
La presidencia de Trump se ha caracterizado históricamente por una alianza sin precedentes entre el poder político y las élites económicas. Su segundo mandato no es diferente, con un gabinete y un círculo de asesores compuesto por tres facciones clave:
En primer lugar, los conservadores tradicionales, incluidas figuras como el secretario del Tesoro, Scott Bessent, y el director del Consejo Económico Nacional, Kevin Hassett, pretenden mantener cierta estabilidad económica.
Sin embargo, han adoptado en gran medida la postura proteccionista de Trump, apoyando los aranceles y la desregulación, al tiempo que garantizan que los intereses de Wall Street sigan protegidos.
Luego, los partidarios de “América primero”, liderados por figuras como Stephen Miller y Peter Navarro, presionan por políticas nacionalistas agresivas, incluidos altos aranceles, controles estrictos de inmigración y aislacionismo económico.
Su visión se alinea con la estrategia de Trump de reestructurar la política económica y exterior de Estados Unidos a través de medidas proteccionistas que benefician a industrias seleccionadas mientras limitan la competencia internacional.
Finalmente, los magnates tecnológicos, como Elon Musk, David Sacks, Mark Zuckerberg y Marc Andreessen. Todos ellos ahora buscan desmantelar la supervisión gubernamental mientras consolidan el dominio corporativo sobre industrias clave.
Musk, en particular, ha obtenido una influencia significativa a través de su liderazgo del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), una agencia recién creada diseñada para reducir la burocracia federal.
Estas tres facciones no siempre están alineadas, pero en conjunto representan un cambio hacia un sistema económico en el que el poder se concentra cada vez más en manos de una élite adinerada.
Según informes recientes, el patrimonio neto estimado de la administración Trump podría ser de más de 20 mil millones de dólares.
¿Es Silicon Valley la nueva “clase oligárquica”?
Si bien las oligarquías tradicionales se han construido sobre industrias como el petróleo, la banca y los recursos naturales, la versión del siglo XXI está impulsada por la tecnología y el control de datos.
Los multimillonarios de Silicon Valley ahora ejercen una inmensa influencia no solo sobre el comercio, sino también sobre la difusión de información y la seguridad nacional.
Empresas como Amazon, Meta y Tesla controlan ecosistemas digitales grandes y centralizados, lo que les permite dar forma al discurso público y a las políticas públicas.
Los profundos vínculos de Trump con los magnates de la tecnología han solidificado su influencia, y figuras como Musk y Zuckerberg han sido invitados a ocupar asientos privilegiados en su investidura, simbolizando su elevada posición política.
Sin embargo, el argumento de que Estados Unidos se está convirtiendo en una “oligarquía tecnológica” es erróneo.
A diferencia de Rusia, donde los oligarcas operan como un bloque unificado, Silicon Valley está plagado de competencia.
Musk y Zuckerberg son rivales directos en las redes sociales, mientras que Amazon y Google luchan por el dominio en la computación en la nube y la IA.
Sin embargo, esta división no niega el hecho de que los multimillonarios de la tecnología ahora tienen más influencia política y económica que nunca.
Cómo Trump protege la riqueza de los multimillonarios
Uno de los ejemplos más directos del favoritismo de Trump por los intereses oligárquicos fue su decisión de descartar la reforma fiscal global de Biden.
Originalmente, esta iniciativa tenía como objetivo establecer una tasa impositiva corporativa mínima del 15% en todo el mundo, con el fin de frenar la evasión fiscal de las multinacionales y garantizar que empresas como Amazon y Meta paguen su parte justa.
La reforma no se trataba solo de recaudar ingresos; era un intento fundamental de frenar la capacidad de los multimillonarios y las corporaciones para manipular las leyes fiscales globales en su beneficio.
Buscaba evitar que poderosas entidades multinacionales trasladaran sus ganancias a paraísos fiscales, privando efectivamente a las naciones de los fondos públicos esenciales para la infraestructura, la atención médica y la educación.
El rechazo de Trump al acuerdo no fue una sorpresa, sino más bien un movimiento calculado para afianzar aún más la riqueza de la clase multimillonaria de Estados Unidos.
Al desmantelar el marco global, se aseguró de que los gigantes tecnológicos estadounidenses pudieran seguir aprovechando las lagunas legales en el extranjero para proteger sus fortunas.
Mientras las naciones europeas y las economías en desarrollo luchan por mantener la estabilidad financiera, Estados Unidos sigue siendo un facilitador de la acumulación de riqueza a una escala sin precedentes.
Sin una acción global coordinada, las corporaciones respaldadas por multimillonarios seguirán consolidando el poder económico y político, profundizando la ya marcada brecha entre los ultra ricos y los ciudadanos comunes.
Esta es también una de las razones por las que el mercado de valores estadounidense ha tenido un desempeño tan bueno en las últimas décadas, en comparación con los mercados emergentes.
¿Está Estados Unidos en riesgo de convertirse en una oligarquía total?
Si bien Estados Unidos sigue siendo una democracia imperfecta, la creciente consolidación de la riqueza y el poder plantea un riesgo innegable.
La línea entre la democracia y la oligarquía se está volviendo cada vez más borrosa.
Las elecciones pueden seguir teniendo lugar, pero cuando los candidatos respaldados por multimillonarios dominan el panorama político y las decisiones políticas favorecen los intereses corporativos en lugar del bien público, ¿qué queda de la gobernanza democrática?
La influencia descontrolada del dinero en la política ha erosionado la confianza pública, mientras que las agencias reguladoras han sido sistemáticamente desmanteladas para servir a la élite.
Si la trayectoria actual continúa (donde el cabildeo corporativo dicta la legislación, la desigualdad de riqueza se profundiza y la rendición de cuentas política se debilita), entonces Estados Unidos ya no estará “acercándose” a la oligarquía; la habrá adoptado por completo.
La batalla por la democracia continúa. Si Estados Unidos sucumbe completamente al gobierno oligárquico o lucha contra el dominio de la élite dependerá de la presión pública, la reforma de políticas y un compromiso renovado con la justicia económica.
Sin embargo, si no se controlan, las señales de advertencia son claras: Estados Unidos se está acercando cada vez más a una realidad en la que los ultra ricos ya no solo influyen en la política, sino que la controlan.
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